En esta
sociedad la validez de las cosas se pesa en oro, dejamos de lado la importancia
de la creación cultural, tomándola como un resultado del ocio o de la
adversidad, cuando en realidad es en el arte es donde se sopesan todas las
necesidades y carencias del individuo.
Lo que la
vida no satisface, lo que la vida no alcanza a concretar, se logra a través del
arte.
El ímpetu
literario de una generación es inversamente proporcional a la dominación de su
voluntad individual.
Un taller literario es un encauce de las personas que no han tenido un
acercamiento directo satisfactorio con la literatura y es considerada en muchas
ocasiones, la última instancia del mismo.
Una defensa ante los talleres de literatura es que aportan al estudiante
solamente lo que él necesita, con un bagaje que irá creciendo conforme su
necesidad de abrir campos lingüísticos e imaginativos.
A diferencia de quienes estudiamos de cerca –y me gustaría poder decir
que de principio a fin- la literatura, nos formamos más como investigadores,
docentes, ponentes pero difícilmente como escritores. Si bien, el estilo se
determina por las lecturas o por lo poco que se ha perfilado al escribir los
ensayos o artículos que se desarrollan a lo largo de la carrera, es el estilo y
la agudeza narrativa lo que se explora en menor escala.
La mayoría de quienes entramos a la Licenciatura en Letras Españolas,
entramos creyendo que aprenderíamos a escribir la ‘nueva novela del siglo’. Sin
embargo, la primera reacción de los docentes casi siempre es: no vienen aquí a
ser escritores, el escritor se forma en la lectura, en el constante estira y
afloja de escribir y corregir, el famoso ‘escribir más con el dorso del lápiz’.
Sin embargo, quienes nacemos con la vena literaria, habremos de distraernos más
en escribir de madrugada y entregar los trabajos a última hora, a favor sea de
escribir al menos tres palabras honestas –y bien hechas-.
En mi experiencia con talleres
literarios, he aprendido más del proceso creativo aquí que en la universidad,
porque si bien tenemos en los libros a un Roland Barthes o un Umberto Eco,
tengo novelistas desarrollando su escritura con borrones y correcciones, que me
hacen aprender más de lo que tengan que corregir que cualquier libro impreso. Una
analogía algo apresurada podría ser el Kamasutra y las posiciones sexuales. Se
aprende más haciéndolo que viéndolo, sin temor a equivocarme.
La universidad me ha enseñado, entre muchas otras cosas, la puntualidad
y la perfección. Que sin ellas no sales de las aulas. Y eso es todo, creo. En
los talleres he encontrado el brillo literario, el talento que yace como ranas
bajo el barro, esperando sólo un poco de lluvia para surgir, llenas de vida a
brincar por el mundo.
Lo que espero es que dentro de esta precaria sociedad chihuahuense pueda
verse no sólo su esfuerzo que sesión con sesión ha construido una sólida novela
impecable por persona, sino que reconozcan en ellas un retrato de sí mismos,
porque el sol sale para todos, y aquí es donde brilla más que nunca.